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Foto: El Espectador. De camisa rosada, Manuel Pirabán, excomandante del Bloque Centauros de las AUC. A su lado, de blusa blanca, Isabela Sanroque, excombatiente de las Farc. / Gustavo Torrijos

Profesor de la USTA reflexiona sobre cómo se otorga el perdón y se humaniza al verdugo
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05 Abril 2019

El periódico El Espectador publicó en la edición del 4 de abril, un artículo sobre la necesidad de develar el rostro humano y el sufrimiento del conflicto en los Llanos Orientales. El autor de la nota es el Profesor de Humanidades de la Universidad Santo Tomás - Sede Villavicencio, David Sáenz Guerrero, quien narra en sus impresiones  sobre el encuentro "Hablemos de Verdad", una iniciativa de Colombia2020, y de El Espectador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Desde que leí que, en el año 1997, un centenar de paramilitares llegaron al municipio de Mapiripán en el departamento del Meta y torturaron a su población, matando a 49 civiles y arrojando sus cuerpos al rio Guaviare, pensé que solamente una persona diabólica y carente de cualquier rasgo humano, podría estar detrás de algo así.

Paradójicamente, en el evento organizado por Colombia2020, de El Espectador, llamado Hablemos de verdad, en la ciudad de Villavicencio, el 3 de abril del presente año, tuve un encuentro con el destino: vi por primera vez en la vida a un exparamilitar, y no a cualquiera de ellos. Allí estaba Manuel de Jesús Piraban, conocido como Pirata. (Este hombre fue uno de los comandantes del Bloque Centauros de las AUC en la Orinoquía colombiana y, por tanto, uno de los responsables de la masacre de Mapiripán).

Quisiera agregar que, antes de saber quién era este hombre, me encontraba sentado en la silla que estaba detrás de él. Todavía el simposio no había iniciado. Mientras que esto sucedía yo miraba para todo lado. Reparé que se le había caído un bolígrafo muy bello y no lo había notado. Antes de alzarlo tuve la sensación de quedármelo para mí, pues por un momento me permití escuchar a una vocecita malintencionada en el fondo de mi conciencia, que me decía: “lo que uno se encuentra es de uno”. Afortunadamente, reflexioné pronto y decidí hacer lo correcto: alcé el bolígrafo y se lo entregué a su dueño. Éste me dio las gracias y me hizo una sonrisa tan sincera que me hizo pensar con contundencia, que hice bien en no quedarme con su esfero.

Cuando el evento inició y lo presentaron quedé totalmente impactado y no lograba creer que estuviera a muy pocos metros de un exjefe paramilitar, que para mí siempre han sido catalogados como monstruos. No lograba entender que este hombre que, instantes antes me había sonreído y me había agradecido con una cálida voz, fuera el mismo que hubiese llenado a mucha gente de miedo con la sola mención de su nombre o de su alias.

Para que el asombro me terminara de invadir, en la última parte de la reunión hubo víctimas que encararon a Manuel Pirabán por la masacre de Mapiripán.  Además, hubo otra mujer que le reclamaba por su hija: una enfermera del Guaviare que fue violada y asesinada por autodefensas dirigidas por el excomandante. La mujer le exigía que le respondiera por el cuerpo de su hija para así poderle dar sepultura.También hubo una jovencita que expresaba que no podía creer que estaba respirando del mismo aire que su verdugo.

A medida que transcurría la mañana y escuchaba más atrocidades sobre este hombre y sobre la desgracia del conflicto, me sorprendía más, pues de nuevo, no podía creer que este fuese el mismo que dio la orden de matar, torturar y desaparecer los cuerpos de tantos seres humanos y que al mismo tiempo, respondiera a todo lo que le preguntaban, con una tranquilidad al parecer, inquebrantable. Hay que notar que Manuel Piraban le ofreció perdón a las víctimas que se encontraban en el auditorio y a todas las que han sido martirizadas por su causa.

Y es aquí, en este punto en el que hay que resaltar la grandeza de las víctimas, pues la gran mayoría de ellas cuando tomaba la palabra, (a pesar de su evidente dolor, que los acompañará hasta la muerte), pronunciaron públicamente que perdonaban a sus victimarios.

Ahora bien, ¿a qué quiero llegar con todo esto? Primero, a que debido a los Acuerdos de Paz con las Farc y a la naciente formación del partido de las Farc, y después de escuchar a algunos de sus excombatientes en otros eventos, empecé a darles un rostro humano a estas personas, a quienes también hace varios años veía con una desconfianza y un pánico inconmensurable. Soy de un lugar en Colombia en el que se conoció el conflicto por las noticias, en donde cada historia, por lo lejana que parecía, tenía más apariencia de serie de acción extranjera que de realidad nacional.

Segundo, que las víctimas quieren saber una verdad particular, individual, pues cada uno de los mártires que lograban hablar, preguntaban por casos particulares. Alfredo Molano, el comisionado de la verdad para la región de la Orinoquía, también hizo notar esta gravísima situación, pues con el escaso apoyo por parte del Gobierno y el gran número de víctimas, se hace una tarea titánica darles respuesta a todas las víctimas. No obstante, el país ha de procurar que las víctimas, en su totalidad sepan la verdad de sus desgracias, para que así la violencia no se vuelva cíclica y las heridas de hoy no sean las causas del conflicto del mañana.

Finalmente, se necesitan más espacios para que la gente pueda hablar y construir la verdad. Espacios que posibiliten escuchar para reconstruir los rostros de los hermanos que se han matado por incomprensiones. La única manera de salir de este conflicto del que, hasta ahora, muchos nos estamos enterando, es conociendo la verdad; no para nutrir odios ni deseos de venganza, sino para que logremos comprender qué paso y por qué. Si esto no se da, puede que, en 100 años, (cuando ya todos los que estamos vivos hoy, hayamos muerto) nuestros hijos estén intentando salir de odios que les transmitimos y les heredamos. Es vital recordar que la violencia nos tiende una trampa macabra, pues tal como diría René Girard: aunque creemos que la violencia es irracional, siempre se encontrarán razones que la sustenten.

 

David Sáenz Guerrero
Profesor de Humanidades de la Universidad Santo Tomás - Sede Villavicencio

 

 

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