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Homilía de la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá

30 Julio 2020

Por: Fray José Gabriel MESA ANGULO, O.P., 9 de julio de 2020.

Muy queridos hermanas y hermanos:
Hoy hace un año estábamos juntos muchos de nosotros en Chiquinquirá, celebrando el Centenario de la Coronación de la Virgen de Chiquinquirá, como Reina y Patrona de Colombia. Hoy el escenario es totalmente diferente. La pandemia del coronavirus nos ha recogido en casa, para proteger nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Han sido días de mucha valentía y sacrificio. También María en su santuario ha vivido en soledad, sólo acompañada por los frailes, guardianes de su lienzo renovado. Esta vez no ha sido Ella la que ha recibido rosas y flores, sino quien ha puesto una rosa en la intimidad de cada familia, quien ha aliviado con agua pura a los enfermos y quien ha puesto rosas y flores sobre el cuerpo de los caídos por la pandemia. No ha sido la Rosa del Cielo la visitada, sino la visitante, repitiendo con cada uno de nosotros su encuentro con Isabel, para traer a Jesús hasta cada hogar, hasta cada alma.

Por eso hoy quiero referirme a rosas y flores. La Virgen de Chiquinquirá, durante estos meses de confinamiento, ha sido para el pueblo colombiano la rosa de Sarón y el lirio de los Valles, referida por el Cantar de los Cantares (2,1). Nuestra Reina boyacense ha sido la rosa florecida, alegrando el desierto y la soledad, ya referidos por el profeta Isaías (35,1). La Virgen de Chiquinquirá, ha sido llamada desde el siglo XVI “la Rosa del Cielo”. El poeta José Martí decía sobre una rosa:

“Cultivo una rosa blanca, en julio como en enero,
para el amigo sincero que me da su mano franca.
Y para el cruel, que me arranca el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo, cultivo la rosa blanca.”

Eso es una rosa: una presencia bella, un signo de cercanía y amor para todo tiempo; una caricia tierna sobre lo adverso, una nueva esperanza. ¡Así es María!... la Rosa del Cielo. Así la llamaba María Ramos, aquella mujer piadosa que en Chiquinquirá la descubrió oculta en aquél deteriorado lienzo: “¿Hasta cuándo Rosa del Cielo estarás tan escondida?... decía… ¿Cuándo será el día en que te manifiestes? Su oración no quedó sin ser escuchada. Bien decía de la íntima rosa Juan Ramón Jiménez:

Todas las rosas son la misma rosa,
amor, la única rosa.
Y todo queda contenido en ella,
breve imagen del mundo,
¡amor!, la única rosa.

La Rosa chiquinquireña se hizo visible ante muchos ojos en aquella tierra de lagunas y pantanos; se hizo visible ante el pueblo humilde, pero también ante las autoridades de la Iglesia, que reconocieron su auténtica presencia y ahora, después de más de cuatro siglos de devoción, vuelve a renovar su presencia ante el mundo, ante los fieles de tantos pueblos.

A la luz de esta Rosa del Cielo hemos escuchado hoy esta Palabra de Dios. Hemos escuchado la profecía de Zacarías, cantando de gozo por Jerusalén, cantando la unidad, la justicia y la propiedad de Dios, que somos nosotros. “Paz en la justicia, Gloria en la piedad”, decía Baruc sobre el Mesías. Cuánto se habla hoy de justicia, pero… ¡cuánta falta le hace a nuestros corazones y a nuestras costumbres esta palabra! Dios quiere conducirnos en la alegría, pero quiere hacerlo con misericordia y con justicia, así como lo hizo con María, en quien obró grandes maravillas. El salmo 112 nos ha puesto en actitud de alabanza como servidores; nos ha hecho clamar: “Quién como el Señor Dios nuestro”; por eso no podemos vivir de manera desesperada, sino en una actitud dinámica de confianza. Su inteligencia no tiene medida, para que nosotros también podamos vivir inteligentemente, cerca de Él. Pasan tantas dudas por nuestro corazón, a veces pareciéramos como el dudoso enamorado desmembrando la flor ¡para ver si amor será duradero o no! ¿Lo recuerdan? “Me quiere… no me quiere”. María nos quita las dudas del alma. Sus rosas nos recuerdan que todo va a estar bien, así como lo declamaba el poeta Amado Nervo:

Porque contemplo aún albas radiosas
y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
en que tiembla el lucero de Belén,
y hay rosas, muchas rosas,
muchas rosas gracias, ¡todo está bien!

Hay que cumplir la voluntad del Padre; ese es el secreto de María, puesto en evidencia por el Evangelio de Juan: Aquí están tu madre y tus hermanos… ¡aquí los que están dispuestos a cumplir con tu Palabra, Señor! No podemos permanecer en silencio si la voz de Dios resuena en nosotros. De ahí nace justamente el cántico de María: de la certeza de un Dios presente, de la confianza en un Dios posible, que nos mueve a enderezar la vida, a rectificar el camino, a hacer algo nuevo; a cumplir su voluntad. Por eso María es como una rosa…

La Virgen de Chiquinquirá es una Rosa blanca, que une en el amor y conforta en las penas; ella es la Rosa inocente, pura, reverente y humilde. Nuestra “Chinca” es una Rosa amarilla, que denota juventud, alegría, gozo y gratitud. Es la Rosa que nos dice: “Piensa en mí”. La “Chinita venezolana” es una Rosa azul, que habla del amor en voz baja y tierna, cargada de discreción, romance y poesía. La Reina de Colombia es una Rosa roja que, con el lenguaje eterno del amor, nos dice “te amo”, mientras nos enseña la valentía y el respeto por la vida, que debemos proteger desde el mismo vientre materno. La Patrona de los Colombianos es una Rosa rosada, que mueve a sus devotos a la felicidad, al crecimiento integral, a la admiración y a la simpatía entre los hermanos en la fe. La Reina del Rosario es una Rosa crema con borde rojo, que pregona la unidad, la comunión, el vínculo de la humanidad. La “Dama del Saladillo”, a la que acompañan San Antonio y San Andrés es una Rosa violeta, llena de calma, salud, larga vida y dignidad para los que la veneramos. Una Rosa Mística es la Madre del pueblo del Catatumbo y el Putumayo, vestida con tres rosas que tienen iguales colores a ambos lados de la frontera en Ecuador y Venezuela: el amarillo de la oración, el azul de la penitencia y el rojo del sacrificio.

Al darle a la Virgen de Chiquinquirá, Patrona de Colombia un homenaje devoto, queremos limpiar su trono en nuestra alma. Por eso elevo de manera especial mi oración ferviente por nuestro país; pido a ella por la superación de la pandemia, por el progreso y el desarrollo de nuestros pueblos, por la fertilidad de la tierra para nuestros campos, por la recuperación de la economía y de la empresa. Clamo a la Señorita, Madre del Redentor, por la Paz, la Justicia y la Unidad, para los pueblos.

Rosa del Cielo ¡engalana con un mismo jardín de paz a Colombia, a nuestras montañas, nuestras costas, nuestras llanuras y nuestra amazonía. Reina de la Paz: sé también la margarita blanca que acerca a nuestros dirigentes. Sé la gardenia que retire las hostilidades, la violencia y la pobreza de nuestras fronteras y devuelva la dignidad a los migrantes. Virgen santandereana y antioqueña, costeña y cafetera, cual si fueras un tulipán rojo que nos mueve a expresar el amor, la fidelidad y el respeto como los grandes valores de nuestros pueblos. Déjate ver, Madre llanera y amazónica, vallecaucana y nariñense, como un perfumado jazmín: ¡seductora de las conciencias para moverlas hacia el bien común! Se Tú, Princesa bogotana, tolimense, opita y caucana, el lirio blanco de la confianza, el lirio amarillo de belleza única, que hace fuerte el intercambio social y comercial entre nuestros pueblos. Reina chocoana, vallenata y del pacífico: Danos la fortaleza y la firmeza del corazón, como si fuera la de un rojo anturio. Muéstrate, María, humilde boyacense, cundinamarquesa y guajira, cual si fueras un clavel distinguido y noble, que nos hace sentirnos hijos de un mismo Padre; hermanos en el mismo Cristo Resucitado. Tú eres, María, nuestro clavel rosado, de recordación y apego propios de los pueblos hermanos que se aman. Se tú, Reina de Colombia, la más emblemática orquídea que adorne el hogar de nuestros campesinos y la casa en tierra extranjera de nuestros connacionales fuera de su territorio.

Virgen de Chiquinquirá, “Chinita de Maracaibo”, protege al pueblo venezolano que cada día sufre más. Que no haya más agresividades ni carrera armamentista aún más absurda para un pueblo empobrecido. ¡Que no se rompan más los puentes que unen nuestras fronteras! ¡Que cese la corrupción y se restablezca el derecho de opinión y disentimiento de los ciudadanos! ¡Que se llenen las escuelas y se mejoren los hospitales! Reina de la Paz: Danos la vacuna para esta enfermedad, de la mano de nuestros científicos. ¡Convierte a todos nuestros países y pueblos de América Latina en el Edén florido que Dios creó desde el principio! ¡Haz de nuestro continente tu consentida flor! Siembra tú una Rosa en cada corazón latinoamericano y caribeño; regálale tu aroma, Virgen de Chiquinquirá a nuestros gobernantes, que luchan y trabajan, a veces en medio de tantas adversidades. Que las espinas de dolor de nuestro pueblo sufriente se conviertan en suaves pétalos que reciban frescos el rocío de cada mañana. ¡Que los niños abandonados y con hambre tengan techo y familia, pan y escuela, salud y juguetes! ¡Que los ancianos sean amados y atendidos! Que los jóvenes tengan vida y la tengan en abundancia; que tengan un feliz presente y un mejor futuro… y tengan colegio y universidad y sus pensamientos e ideales se escuchen y se hagan realidad.

Virgen de Chiquinquirá, Madre de la Iglesia: te pedimos hoy de nuevo lo mismo que inclinado a tus pies te pedía en Colombia el recordado Papa San Juan Pablo II: ¡Concédenos María el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos! AMÉN

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